Vivimos en una época oscura, medieval. Este es el mundo ahora, un sitio donde la honestidad, la sinceridad y la nobleza son virtudes alabadas apenas de palabra y despreciadas en el acto cotidiano. Vivimos en el fango de la hipocresía, cuidándonos de los otros porque en cualquier momento nos pueden apuñalar por la espalda.

Este es el mundo ahora, uno en el que todos somos, debajo del disfraz de progre, el mismísimo Tomás de Torquemada con poder divino para ser jueces y verdugos a un tiempo. Ejecutamos en la plaza pública de las redes sociales, alimentando la ira irracional de la turbamulta ignorante que lo único que quiere es ver arder la hoguera, lo único que espera es ver rodar una cabeza. Así es el medievo digital donde enarbolamos banderas en las que no creemos y, a la hora de la verdad, lo único que nos importa es la mínima burbuja en la que nos guarecemos.

Es en este mundo, precisamente, donde el cinismo se erige como un modus vivendi más respetable. Así como en tierra de ciegos, el tuerto es rey; acá, en un yermo donde sólo hay alacranes de hipocresía, el cínico es el honesto, el único insecto confiable. Siempre sabemos qué podemos esperar del cínico porque es quien juega con las cartas descubiertas y sus cualidades abyectas lo hacen confiable.

De un cínico siempre se puede esperar lo peor, sin mediastintas, sin edulcorantes y, lo más importante, sin mentiras. Un cínico trae el puñal en la mano y nos lo encajará en cuanto pueda si así conviene a sus intereses; lo hará, además, por la espalda o de frente, como mejor le acomode. Esa honestidad retorcida consigo mismo es la que le hace valioso.

En este mundo, el cinismo es lo mejor que nos queda. Al menos yo lo prefiero. Siempre es mejor un cínico que un hipócrita de quien nunca sabes qué esperar. El hipócrita todo lo hace de manera subrepticia, en las sombras, y luego, si puede, incriminará a alguien más de sus crímenes.

Pero qué ha pasado, cómo es que llegamos a este punto. En qué momento optamos por la hipocresía como modo de vida. Será que la corrección política nos fue deformando. Porque eso tiene la corrección política, nos esconde en un paño ficticio de buen rollito; al final, la corrección política esconde nuestros verdaderos sentimientos y, aunque sí hay personas honestas en muchos puntos, acaban sucumbiendo en algún momento. Este maquillaje contra el racismo, el machismo, el clasismo o la opresión nunca fue la solución; apenas fue un paliativo que a la larga ha sido peor porque escondió un cáncer que ahora se ha extendido por todas las vísceras de la sociedad. Quizá haya sido la corrección política la que no nos dejó ver el verdadero problema o quizá esto era inevitable, era la misma naturaleza humana la que nos deparaba este nuevo medievo del siglo XXI.

Y no os llaméis a engaño, que tampoco aliento el cinismo. Sin embargo, en este mundo sin remedio, pareciera que es la única postura rescatable.